PORNOGRAFO AFICIONADO
Porque, al amar a C.
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Y yo, parecía hipnotizada mirando su cuerpo, pues el bóxer en lo que se había quedado su vestimenta era amenazador para mí. Era que nos habíamos querido. No vengas mañana. Es decir, sí estaba algo nerviosa por cómo se desarrollaría todo, pero no me lo libro como si fuese una cría. Saqué del congelador un bote de limonada congelada Minute Maid. Me hacían daño al incidir sin piedad, al pincharlos, al estirar de mis pobres pezones. A lo largo de su vida matrimonial había ido presumiendo delante de sus amigas de conocerlo todo de él; de intuir y leer en sus ojos aquello que le preocupaba y adelantarse a los problemas antes de que no tuvieran solución. La chica seguía sus movimientos, hipnotizada por sus luceros gastados y profundos, sin decidir a pestañear. Tal vez época una chica rolliza, pero leía Cosmopolitan desde los trece abriles y me las sabía acicalar en los diversos apartados.
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Las mangueras lavaban las aceras y empezaba a oler a café y a croissant recién horneado. Ahora que ya no temía a La Santa, aparecía un nuevo miedo, el miedo a no saber resolver ninguna de sus incertidumbres. La pasión que allí había arrancado empezaba a hacer su propio camino sin tenerlos en cuenta. Estoy preocupada por ti. Toda la muestra tenía un trasfondo político de protesta; el underground llevado al overground, a la superficie, a los ojos del mundo. Y sí, de la punta de su miembro negro comenzaron a salir despedidos unos densos chorrazos de semen que me empezaron a mojar entera. Su acción era el arte dual.
La Sexycana
No podía empezar a pintar sin saberla cerca. Al oír la voz de su profesor, Mazarine sintió aletear una mariposa entre sus piernas. Y al de poco rato me batía como a un objeto inerte, a mí, que me había desflorado el culo y probablemente me lo había destrozado de por vida con su violenta intromisión. Al menos, nunca he tenido quejas. Por lo tanto, estaba buscando a la dama de sus sueños, y yo, ya no desdeñaba la posibilidad de conocer al hombre perfecto, estaba buscando sobre todo No sé quién puede ser.
Estremeciéndome del dolor, miré hacia mi pubis para comprobar cómo aquél ogro me había penetrado de forma tan brutal. Bien, esto era curioso. Se durmió. Empero sus besos eran horribles, cosas babosas, con una lengua como una cachiporra y unos jeta que parecieron derrumbarse cuando se encontraron con los míos, de modo que tuve que designar entre los dientes y el bigote. La reconoció. Los fines de semana eran otra cosa.
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